Óigame usted, bellísima, no soporto su amor. Míreme, observe de qué modo su amor daña y destruye. Si fuera usted un poco menos bella, si tuviera un defecto en algún sitio, un dedo mutilado y evidente, alguna cosa ríspida en la voz, una pequeña cicatriz junto a esos labios de fruta en movimiento, una peca en el alma, una mala pincelada imperceptible en la sonrisa… yo podría tolerarla. Pero su cruel belleza es implacable, bellísima; no hay una fronda de reposo para su hiriente luz de estrella en permanente fuga y desespera comprender que aún la mutilación la haría más bella, como a ciertas estatuas. |
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