Las enramadas donde veo en sueños, las más variadas aves cantoras, son labios y son tus musicales palabras susurradas.
Tus ojos, entronizados en el cielo, caen al fin desesperadamente ¡oh Dios!, en mi funérea mente como luz de estrellas sobre un velo.
Oh, tu corazón... suspiro al despertar y duermo para soñar hasta que raya el día en la verdad que el oro jamás podrá comprar y en las bagatelas que sí podría.
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